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miércoles, 20 de enero de 2010

Los 5 peores momentos cotidianos de la vida de una conchuda


1.- Ir a la depiladora después de meses de abusar de la maquinita.
2.- Ir a la manicura luego de haberse comido casi completamente las uñas.
3.- Ver a la cosmetóloga con granos autoapretados.
4.- Caer a la peluquería con el pelo cortado en casa.
5.- Ir al podólogo con los pies sangrantes tras haber intentado emular su trabajo en casa, para ahorrar.

lunes, 18 de enero de 2010

La iracunda



No se hace la mala por deporte ni por excentricidad, como tampoco por rebeldía. Las causas de su personalidad iracunda son algo ya casi imposible de definir, aunque seguramente la respuesta se halle en algún sitio impreciso entre lo neurológico y lo existencial. La gente, al verla, teme porque las maneras en las que demuestra su mal genio son múltiples y reiteradas. La reactividad de su carácter se aprecia, por ejemplo, cuando el semáforo tarda en cambiar, cuando le piden monedas en un comercio, cuando el colectivo no llega, cuando tiene que visitar a la madre, cuando vuelve de verla, cuando se olvida de algo, cuando se olvidan de algo, cuando hay sol, cuando hay nubes, cuando la vida misma sucede con toda su miseria y sinsentido minuto a minuto. Por ende, también es medio jodida. Siempre ve el vaso vacío, vive las 24 horas (dormida también y por eso rompió tres mordedores odontológicos) en guardia y, cuando nadie la ve, a lo Ale Sanz, hace visualizaciones. Se trata de imágenes de contenido sumamente negativo, en donde ella se ve a sí misma haciendo justicia por mano propia con todos los que alguna vez la molestaron. Así desfilan por esa pantalla mental maestras del primario, la madre y el padre, ex novios y marido actual, vecinos, comerciantes anónimos y, sobre todo, muchos taxistas, resabios de cuando gastaba fortunas en ese tipo de transporte. Sin embargo, y básicamente, la iracunda es sólo alguien que dice lo que piensa de la peor forma y en el peor momento. Es inapropiada su conducta hasta para dirigirse a un anciano. Espeta un “¿¿Qué hace abuelo??”, cuando algún jubilado le interrumpe el paso, con la lentitud y la falta de noción del entorno con la que suelen manejarse los viejitos. La Iracunda lleva años profesando una cotidianeidad de malos modos y caras de culo, anda siempre con bruxismo y ceño fruncido. Se enferma a menudo y la ira le agrega al cuadro algunos grados de fiebre. Su mal carácter tiene dos víctimas y a la vez motores muy claros ya mencionados anteriormente en este arrebatador perfil de personalidad: sus padres y, desde luego, la pareja de turno que resiste los sucesivos embates. Un hombre al que los padres de esta mujer que vive al borde de las piñas llaman “la víctima”, siendo este apelativo el único punto de coincidencia que tienen tras 29 años de divorciados. Afortunadamente, “la víctima” suele reírse y burlarse de las reacciones de su mujer, al contrario de lo que hacen los padres de ella quienes se enganchan con gusto en rencillas domésticas repetitivas que a veces rozan el dramatismo de una Opera de Puccini. La magia de su relación de pareja reside en la capacidad de él de tomarse la ira de ella con tanto humor, que está convencida de que duerme con un ser dotado de una superioridad moral y evolutiva jamás vistos. Otra teoría- que alterna o acompaña a la mecionada- es la de que tal vez la verdadera capacidad de él se asemeje a la de un visionario humano. Un mentalista que perfora las capas neuróticas de ella para conectarse directamente con su acomplejado, nervioso y tensionado corazón. Un corazón conchudo y ávido de amor. Un pedazo de carne y venas que le pertenece por completo, mal que le pese a ella.

La retro mal


Todo su universo está hecho con piezas de museo: en su placard abunda la ropa de tías y abuelas difuntas, por ejemplo. Aunque es joven, carga un vocabulario en el que hay cualquier cantidad de "Qué plato", "Te queda regio", y el “Qué lo parió”. Dice “cantor” en vez de “cantante”, “cómico” en vez de “humorista y “comedido” en vez de “buena onda”. Parece joda, pero no supera los treinta y pico o cuarenta, como mucho. Se va de vacaciones a pueblos perdidos, “con historia" y al regreso, casi indefectiblemente, cuando se le pregunta, ¿"Y qué tal General Pico?", la respuesta sonará a reproche hacia la humanidad. Se mostrará decepcionada por la habitual metamorfosis que toda comunidad occidental sufre. Volverá deprimida porque sus habitantes ya no sólo celebran que haya llegado el teléfono, sino que chatean. Todo tiempo pasado fue mejor. Su manifiesta hostilidad hacia cualquier cambio la vuelve más conservadora que Cosme Beccar Varela cuando estaba por aprobarse la Ley de divorcio. Pero, no obstante y lógicamente, la retro mal se considera progresista a tal punto que repite a quien quiera oírla que ella, en rigor, ella es "muy moderrrrna". Por lo general, nadie la comprende demasiado porque es tan oscura en sus elucubraciones sobre el mundo y descree tanto de la ciencia, que querría volver a las fuentes todo el tiempo, a las cavernas. En esto concluyen sus amigas del colegio que aún la siguen viendo. Al llegar a las reuniones "con las chicas" -son todas mujeres, no era mixto el colegio- se presentará munida de un bolsa de hacer los mandados de la que sacará un cuaderno Rivadavia y una lapicera Sheaffer. Pero esos objetos no serán llevados para exhibirse como trofeo de guerra del ya lejano sufrimiento escolar, no. Su razón de ser allí se relacionará con la necesidad de tomar nota de la reunión, como la retro mal hace con cada una de las cosas que le suceden. Ella no la va con agendas electrónicas, Internet, sms y esas cosas. A ella le parece más útil tomar notas con pluma. Ante la mirada piadosa de sus amigas apuntará, como lo hace en las actas de la Municipalidad para la cual trabaja, los frutos de la cumbre de ex alumnas. Cuando se equivoca, tacha. Nunca confió en el novedoso "borratinta".

La buchona


La única vez que caíste en cana fue por su culpa. No hacía falta decirle al agente lo que tenían en la cartera, ni las iba a revisar. Pero ella es lengua larga, no se pudo contener. Si un tipo te gusta, nunca se lo digas. Es capaz de establecer una relación de pseudo amistad con él para poder frecuentarlo y mandarte al frente. Pero hay que decir que, gracias a ella, te enteraste cada vez que alguno gustaba de vos. Tampoco puede resistir delatar a la que tiene amantes, pero en esos casos tiene la suspicacia de hacer un teje y maneje para que la trampa salga, sola, a la luz. Se lava las manos y goza como loca porque todo se sepa. Es como si sintiera una especie de justiciera de los bajos fondos del quehacer humano. Una súper buchona con las antenitas paradas para detectar la infracción moral y hacerla pública lo antes posible, caiga quien caiga. En el colegio, era imposible copiarse si una se sentaba cerca. De grande, en la oficina, ha llegado a causar despidos con sus dimes y diretes. Un ser execrable, todo lo indica y, sin embargo, lleno de allegados. Nunca está sola. Es que tanto lleva y trae, tanta información maneja, que se ha transformado en una suerte de agencia de noticias unipersonal y capaz de consignar, detalladamente, curros, disfunciones sexuales, estafas, adicciones, costumbres dudosas y amoríos de todo el que no sea ella. Su agenda llena de contactos deja ver que, enterarse de esas cosas, para muchos, hace valer el precio de una amistad indeseable y peligrosa.

La conchuda ¿ex? beoda


Ella dice que ya hace tiempo que no bebe. Antes sí solía hacerlo, aclara. Pero ahora solo una copita de tinto con la comida, que es buena para el corazón. Y algún porroncito, pero nada más que en verano, allá en el patio cervecero de Quilmes. Lo mismo que el Don Pedro con Criadores que se va a tomar especialmente a la heladería Roma en Villa Luro, a 45 minutos de su casa. Y quien te dice una sidrita helada, también sólo en verano, que aunque digan que la hacen con manzana fermentada cuando no podrida, es refrescante, es cepita. Es que en verano, la cosa se pone propicia para empinar el codo, sentada en algún bodegón de esos que tanto le gustan, de esos cuya relación precio-litros consumidos no tiene par. Además, existen bebidas a las que las otras personas llaman alcohol, pero que la ¿ex? beoda llama “comidas disfrazadas”. Como un Bloody Mary, que es prácticamente una salsa de tomate o, mejor dicho, un gazpacho. Y en verano un Bloody Mary, ¡qué digestivo!. Pero lo cierto es que las comidas disfrazadas las hace ella, pero no a la inversa, sino de verdad. Baste mencionar el conejito al vino blanco o a la selva negra bien borracha. Y a no olvidar, hablando de comidas, que la pizza sin moscato y el pescado sin un blanco, son, para ella, una aberración. Y en una noche de invierno, un licorcito de huevo o de dulce de leche te puede salvar del frío y, de yapa, de la nostalgia. La nostalgia que le da cuando se pone a escuchar tangos y cantarlos a viva voz delante tuyo, siendo las tres de la mañana de un martes, que no entendés bien qué hacés en tu casa todavía. “Quiero emborrachar mi corazón para apagar un loco amor”, “Que me importa que se rían y nos llamen los mareados”, “Esta noche me emborracho bien, me mamo bien mamo, pa´ no pensar”, serán las partes que vociferará con mayor sentimiento. Y a la mañana aplicará alguna de sus miles de recetas anti resaca, que le quedaron de antes, cuando tenía sed de tantas cosas. Chin-chin.

La que se viste para las demás


Es de las mujeres que de verdad gastan en ropa. Porque entre nosotras sabemos que un buen look se puede caretear, se puede fingir si una le pone onda. Las ferias americanas, además ¡Qué gran recurso! Han cambiado la vida de muchas avispadas que supieron darse cuenta de que allí, en ese tugurio roñoso que no importa que esté en Palermo, en San Telmo o en el Once, pueden dar con la camperita salvadora, la prenda estrella de un guaradarropas sostenido a fuerza de ingenio y resignación. En cambio, la mujer que se viste para las demás, no ve ningún atractivo en el hecho de ponerse un batón con botas de lluvia y salir a la calle con cara de “mi aspecto dice mucho sobre mí”. Ella está convencida que semejante combinación resulta nada más que un grito desesperado de alguien que se rehúsa a asumir que no le da el presupuesto para comprar nuevo. No cree que haya chance de desarrollar ningún principio estético si no se pone plata. Ella está para seguir a diseñadores, fijarse en las marcas, eludir outlets y ferias, limitarse al “choppinggg” y a los desfiles, donde se la puede ver paseando su culo algo gordo y su cara de pequinés altanero. Ella, cuando sale con alguno, se viste más o menos, si se la compara en reunión de amigas. Le pone algo de garra a la ropa interior que, según piensa, es lo único que miran con algo de interés los tipos. “Date cuenta que ellos no saben si tenés pestañas largas o cortas. Si hasta podés cambiarte la tintura sin que se hagan cargo” y “Ni la depilación les importa”, son algunas de las sentencias que repite hasta el hartazgo, (hasta acá no habíamos señalado que carece de temas de conversación). Cuando salimos con ella, nos sentimos invariablemente disminuidas. Bizqueamos para calarle a fondo las prendas y calculamos que se tiró encima la plata que usamos para comer un mes. Así no vale. Además, no trepida en humillarnos con el relato pormenorizado de las veleidades de usar seda en vez de ese raso trucho del que está hecha la camisa que tenemos puesta. Las pieles, no le dan culpa. Los tacos, no le afectan el andar, ni la ponen en riesgo de caída jamás. Que le roben, ni lo tiene en cuenta. Con vender el brazalete que se pone algunas veces, pagamos dos meses de alquiler. Es una mujer simple, muy simple, que goza como un chico al ponerse un disfraz de súper héroe cada vez que se va encontrar con otras mujeres que se la van a comer con los ojos. Lo único que da un poco de motivación para aguantarla es que su presencia trae la misma mezcla extraña de desahogo y adrenalina que tiene mirar vidrieras.

domingo, 17 de enero de 2010

La cheff


A tono con el fervor gastronómico que domina Buenos Aires desde el amado y odiado 1 a 1 hasta hoy, la conchuda cheff fascina a todos sin que nadie advierta su serio trastorno obsesivo compulsivo. Se hunde, día a día, receta a receta, en una carrera por la perfección, mientras un coro de comensales pide a gritos "otro más, y no jodemos más", sin entender que no se usa llenar el plato, que es de fonda. Familiares, amigos, compañeros de trabajo y sorprendidos vecinos degustan sus menúes y celebran su compulsión gourmet. Poco a poco fue mutando en sus hábitos y preferencias habituales: encuentra terriblemente brillante y sagaz a Donato De Santis. O, por ejemplo, tiene sueños recurrentes en los que hace sushi desnuda junto a Iwao Komiyama, el robusto japonés de la señal cuyas figuras tiran oliva de primera presión al techo. Dejó de estar al tanto de los últimos lanzamientos cosméticos e ignora conceptos como "El azul oscuro es el nuevo negro" salvo que se hable de nuevos delantales de cocinero. Antes iba al shopping para aprovechar liquidaciones de jeans o vestidos, hoy sólo recorre el Buenos Aires Design y sale de él con un exprimidor de metal cromado nuevo. Dice que no va al cine ya hace un par de años, justo el lapso de tiempo en que no ha visto nada más que el Canal Gourmet. Mientras Coto, Casa Tía o el chino de la vuelta eran lo mismo para ella, hoy sólo Jumbo es un espacio digno de transitar. Lejos quedaron el msn o cualquier otro chat, en el presente su relación con Internet se basa en buscar moldes de silicona, vaporieras de bambú y otras excentricidades con las que todas sus amigas no sabríamos qué corno hacer. El propio marido ya olvidó que la anterior versión de nuestra amiga que es cheff pero antes era otra: aquella que le daba duro a las salchichas y los patys. La que, de bajón, era capaz de tragarse bajezas industriales y populares como 5 o 6 turrones Namour. O darse panzadas de papas MCain... No mucho después, sintió que debía hacer de la cocina un arte. Un arte que fue creciendo hasta absorberla por completo. Hasta dejarla seca tal como lo hace el nuevo rollo de cocina 3 D con la mesada. Sí, es un objeto que, en sueños, se le revela una y otra vez hasta que, de una vez por todas se decida a patentar. La conchuda cheff afirma enfervorizada que, se tratará de "el O.B de la cocina". Así de simple. Y, sí, bueno, son conchudeces de una mente cocida en su propio vapor.

La remadora


Su presunta o verdadera falta de atractivo físico resultó compensada por una fuerza poco usual, puesta al servicio de la conquista de objetivos amorosos que otra en su lugar no se atrevería a soñar. Gracias a esta capacidad, suele salir con tipos que, desde afuera, pueden ser catalogados como muy por encima de su nivel. “¿Cómo lo logra?” suelen preguntarse sus amigas, perplejas, cada vez que aparece con el tipo nuevo, sin darse cuenta de que la clave radica en una combineta estudiadísima de tenacidad, versatilidad y observación microscópica de su objeto de deseo. Si la remadora le echa al ojo a un hombre de perfil intelectual, hace gala inmediata de sus lecturas (que nunca son pocas porque ella siempre supo que un barniz cultural contrapesaría su supuesta fealdad) y cita autores que conoce bien y a otros que buscó en el Google, todo muy mechadito para que el artificio surta el efecto buscado sin que se note. Si, en cambio, se ha interesado por un roquer veiteañero y drogón, no vacila en traer a cuento su extenso anecdotario con sustancias en recitales que supo frecuentar en los 90s. Esta primera fase de la seducción no le cuesta mucho, porque siempre ha sabido adaptarse a su interlocutor tirando la frase o la temática justa. También es buena adulando, cómo no. Pero no es ser chupamedias lo que la consagra como remadora, si no el empeño en saber discernir cuándo hay que ser obsecuente y cuándo hay que bajar el pulgar. Porque parte del ejercicio de la remadora es persuadir al otro de ciertas falencias que tiene y que lo llevarán a necesitarla. También es capaz de aprender y ejercer conductas que le repelen o desconoce para lograr su objetivo. Así es que sabrá cocinar, maquillarse, e incluso usar tacos altos o portaligas, casi instantáneamente. Cualquier esfuerzo es poco a la hora de seducir. La remadora es buena hablando, es graciosa y, lo más importante, nunca se cansa. Es capaz de probar una cantidad exorbitante de estrategias dialécticas antes de bajar los brazos frente un hombre. Llega incluso a tolerar con elegancia los desaires que escandalizarían a otras y, en la mayor parte de los casos, logrará lo que se propuso. Es notable, pero una conquista puede implicarle meses e incluso años y sin embargo no tendrá importancia el tiempo que le ocupe, incluso la estimulará en cierta medida a lograr su meta. La remadora ha aprendido a esperar para dar sus zarpazos. Movimientos que siempre son muchos y persistentes, jamás uno solo y aniquilador. Ella navegará en las aguas que haga falta navegar, enfrentará las tormentas y vaivenes emocionales que el hombre que le gusta le fabrique. Y hará todo, con cierto estoico aplomo maternal. Actitud que terminará tornándola con un cierto atractivo ante el otro y quitará de ella cualquier sombra de patetismo. Sin embargo, y como decía Tu Sam: "esto puede fallar” y habrá veces en las que la remadora encontrará un límite. Un freno puesto por un otro que no se dejará envolver por su multiplicidad de recursos. Será entonces -justo cuando otra mina se desanimaría y lamentaría haber gastado tanta cantidad de pólvora en chimangos- el momento en el cual la remadora dará aún más lustre y oropeles a su nombre. Así, sacando fuerzas de andá saber dónde, retomará su vida aferradísima a sus remos, con un cartel en la frente de "acá no paso nada", pronta a encarar el próximo desafío. Un desafío que -ella lo sabe bien- la espera en cada vuelta de esquina.

La bola de espejos


Uno no la puede imaginar vestida con ropa de día y sin luces estroboscópicas parpadeando a su alrededor. En los 20 años que la conocemos, casi no hubo un fin de semana en el que haya dejado de ir a bailar. Fue la primera en arrastrarnos a una rave cuando se hacían furtivamente en el Planetario, y no en estadios y auspiciadas por una marca de celular. De su mano conocimos Paladium, Freedom, Bajo Tierra, Le Cuan, Mahada Onda, Bunker, Bulldog, El Cielo, Caix, Pachá, The Hole y BA. La lista podría continuar hasta llenar toda la página. Siguiendo su figura siempre delineada por materiales como el cuero, el lamé y el vinílico, corríamos del Dorado al Morocco y del Morocco al Dorado otra vez, para conseguir tragos y hacer migas con RRPPs y barmans de toda laya. Ya a los 13 años su perfil estaba consolidado, pues nos instaba a recorrer la avenida Rivadavia a la altura de Flores, en busca de tarjeteros que nos llenaban las cándidas manos de púber con free pass de matiné. Pero, lo que para nosotras concluyó apenas nos establecimos con alguno, para ella sigue siendo cosa de todos los días. Es que tiene un don para el asunto: antes de que Las Cañitas fuera un polo gastronómico y nocturno, vociferaba: “Qué desaprovechado está este barrio, me cansé de salir sólo por el centro o por la Costanera”. La misma visión a futuro que tuvo con Palermo. A principio de los 90 solía repetir: “No puede ser que sólo haya joda en la placita Serrano”. Es muy claro, la Bola de espejos se mueve como pez en el agua tras la caída del sol. Hasta aquí una chica disco más. Pero, hubo un momento de inflexión en la bola, una etapa en la que el amor entró a su vida y casi, casi lo cambia todo. Una etapa de replanteos. Días en los que no sabía bien quién era y hacia dónde iba. Días locos en los que transcurría el tiempo deseando una vida llena de idas al parque, asados los domingos a mediodía y ropa deportiva en tonos claros. Días en los que conoció a Martín, el yerno que toda suegra desea tener. Fue una mañana, en el almacén de la esquina. Ella entró a comprar Uvasal y él salía con una cajita de Cindor y un paquete de Manón. Era un buen mozo que emanaba una radiación que ella captó de inmediato. Por contraste, al mismo tiempo percibió su propia opacidad, representada gráficamente en el catsuit negro que llevaba puesto a tono con las ojeras. Él le dedicó una sonrisa y le soltó un “buen día” lleno de amorosa vitalidad. Ella quiso contestar, pero sólo alcanzó a carraspear perrunamente. No se sabe bien por qué, pero el caso es que Martín la invitó a salir y empezaron un noviazgo y, al comienzo, la cosa prometía. Sin embargo, fue en vano acostarse a las 23 30, fue en vano estudiar para asistente dental, fue en vano salir a correr por Palermo. Ella sufría por seguir el ritmo de Martín, no lograba hallar el encanto de una vida a horario. Todo colapsó en un casamiento al que habían ido juntos. Martín se había recostado a dormitar en una silla -serían las 4 de la madrugada- y ella empezó a sentir un fulgor interno que estalló cuando escuchó los primeros compases del Carnaval Carioca. No pudo contenerse, había estado haciéndolo durante los seis meses que duró esa relación. Con una botella de champagne en la mano, fiel a sí misma y más exultante que nunca, salpicó a todos los setentones de la fiesta desde arriba de una bafle. Al verla, Martín hizo una mueca rara, como de resignación o confirmación de la más triste sospecha, y así fue que el saludable galán se retiró de la fiesta sin que nadie se diera cuenta., peor que una transa de boliche mal llevada. Nunca se volvieron a ver.
Actualmente, la Bola de espejos organiza shows alternativos que le dan de comer y le sirven de excusa para hacer pasar trabajo y diversión como una misma cosa. Cada miércoles a las siete de la tarde, inicia una gira que se extenderá hasta el domingo. Si de casualidad se nos da por salir una noche, será posible cruzarla en la melancólica madrugada porteña, buscando un taxi que retorne su figura flaca, fané y descangayada, al merecido descanso que sólo puede darle su camita de una plaza.

La casada con inquietudes


Parte de su malestar se basa en que sus inquietudes son fruto del esfuerzo que antes usaba en buscar tipo. Como ya lo consiguió, le sobra un remanente de energía descomunal, que -se sabe de Freud para acá- es libido también. Se siente atraída por todo el target de hombres que circula en sus horarios de ama de casa desesperada. Su ranking acumula empleados del supermercado chino, distraídos turistas, jóvenes pintores de brocha gorda, policías, en fin, ya no le hace asco a nada, e incluso se ceba mucho con los universitarios mantenidos por padres del interior que cohabitan en su edificio. No trabaja en nada que genere dinero y, cuando se embarca en algo, no cree que merezca la pena hacerlo sino invierte, primero, dinero de su marido. Pero ni el ciber, ni el baño de perros, ni el maxi-kiosco funcionaron. Comparte con la conchuda soltera con inquietudes la compulsión por hacer cursos y dejarlos. Entre empredimiento y empredimiento, entre curso y curso, escucha la radio, siempre AM. En la calle lleva MP3, desde hace poco tiempo, como algo diferente. Tiene cargados temas movidos que la hagan sentir canchera y seductora, como hace unos años atrás, cuando andaba sola y desfachatada por la vida. En sus pocos ratos libres, se nutre de historias amorosas ajenas y consultacon descaro a sus interlocutores acerca de los detalles que abundan en los romances tortuosos o prohibidos. Si se entera que una mujer tiene un amante, la admira secretamente y trata de obtener hasta el último detalle de la historia, haciendo foco en la parte sexual. Llegó a hacerse amiga de una compañera de oficina a la que despreciaba, cuando se enteró de que salía con un tipo casado. Su faceta vouyer surgió muy tímidamente el día en que firmó la libreta en el registro civil de la calle Uruguay, y se fue trasformando en una manía que le parece vital. Una de sus actividades favoritas consiste en leer noticias sobre crímenes pasionales, adulterios y divorcios millonarios en diarios y revistas. Se aburre tanto en su vida de casada y ve tan poco a su marido que, a veces, fantasea con que él tenga otra. La posibilidad de ser engañada justificaría esa angustia surgida luego de haber logrado su objetivo de vida: casarse. Entonces, si fuera cornuda, su inquietud se comprendería como una forma socialmente aceptable de vivir la infidelidad del marido. Pero esta suerte no siempre se tiene, de modo que ella seguirá curiosa, inquieta, metida, ansiosa, cualquier cosa antes de asumir que, después de haberse casado, la vida mucho no va a cambiar.

La soltera con inquietudes




Sus intereses son tan vastos y variados como los de la Wikipedia. Ocupan su mente día y noche, y también la sacuden y la hacen vibrar. Su inquietud interior necesita calmarse a través de diversas actividades. Por otra parte, su proyección mental sobre, justamente, sus inquietudes y el modo de desarrollarlas lleva implícita cierta distorsión sobre su perfil y posibilidades reales. Esto equivale a que, luego de asistir a un musical, interpelada por la atmósfera del show, fabule una mañana en ante el kiosco de diarios contemplando una foto de sí misma en la tapa del suplemento de espectáculos de Clarín. Ve impreso su rostro, enorme, bajo el título "Nace una estrella". Es que la soltera con inquietudes fantasea mil y una profesiones, aún sabiendo que hubiese sido incapaz de formarse seriamente para alguna de ellas. Gana mucho dinero, eso es en su mente,claro. Internamente, los objetivos a lograr no tienen techo. Pero, en la dura realidad todo el panorama resulta más vago. Sólo logra tener planes y ocupaciones que le den motivación y que la distraigan, sin ponerla en compromisos fatigosos. Le gustaría ser una importante jueza o abogada litigante, pero se limita a hacer un curso de agente inmobiliaria. También ha hecho Computación, Inglés (conversación), Franquicias, Velas y Jabones, Despachante de Aduana y Psicología Social. Porque más allá de sus fantasías y anhelos de fama y reconocimiento, están sus inquietudes. Por encima de todo. Está bien con que haya que mantenerse distraída del vacío del alma, pero tampoco la boludez de quemarse seis años en la UBA. La falta de paz (maldito inconsciente) la asalta en los sueños: extrañas imágenes la agobian, confusos anhelos y miedos condensados la sofocan en su descanso nocturno. No obastante, a la mañana siguiente, el taller literario la espera. Se animará y encontrará fuerzas para vestirse y enfrentar el mundo. Estar sola en su casa no es precisamente lo que más le gusta. Sus intereses, como se dijo, son múltiples: hace cursos de todo tipo, para abandonarlos y cambiarlos por otros. Muchas veces, no llega a hacer público el cambio persistente en el que transcurre su existencia. Las inquietudes de este tipo de mujer son una forma legítima de evasión, en el sentido social y cultural, pero muchos no la comprenden y ella se ve obligada a ocultar todo su devaneo. Se cansó de que la gente le pregunte “¿Qué bicho te anda picando ahora?”, después del consabido e inevitable “¿Conseguiste novio?”. Entonces no son pocos los seminarios y charlas abiertas a los que asiste sin que ninguno lo sepa. Literatura fantástica o Armado gradual de una huerta orgánica –da lo mismo- lo que importa es que, de pensar, de tener conciencia de la soledad con la que nacemos y morimos, zafó. Ella, como le dijo a su analista, ya tiene 38 años, y una noche de placer, le depara cinco días de resaca. Prefiere ir de curso en curso en lugar de entregarse al alcohol, las drogas y las relaciones vacías. Recursos que, en el caso de que todas las inquietudes fracasen, siempre estarán a mano. Como también la chance de cambiar el análisis freudiano por la terapia gestáltica. También por las visualizaciones que le dicen hace un coach personal. Aunque anda pensando en abrir un blog y volcar allí, de una sola y buena vez todas sus inquietudes. El blog inquieto o algo así...

sábado, 16 de enero de 2010

La anti conchuda



Arma carpas y porros con idéntica pericia y velocidad. Como si esto fuera poco, hace los mejores asados. Desconoce el Ibuevanol, es sexualmente gaucha y abierta nuevas experiencias. Su cuerpo es atlético y morrudo. En la casa de los padres hay una vitrina plagada de trofeos, entre los que se destaca la copa de campeona interclubes de Hockey. También hay fotos de ella corriendo, con la pollerita muy corta que deja ver el bombachón, toda transpirada. Las venas del cuello inflamadas, la cara roja, algunos raspones sangrientos -o llagas- en las rodillas doradas por la vida al aire libre.También es judoteka y cinturón negro en Taewkondo. Nunca se la vio manejar sin tener la mano derecha en la palanca de cambios. Es como una roommate de su novio, una buena socia. Los amigos de él, quienes hablan de sus mujeres diciendo “la bruja”, a ésta invariablemente la colocan en un pedestal secreto. Si bien no lo confiesan, a todos les cae muy bien su compañía, al punto de hacerlos buscar excusas traídas de los pelos para hacerla participar de reuniones que son estrictamente masculinas. Ella nunca está estresada, desconoce las contracturas y las quejas. Es una mina dúctil, pata. El fútbol del domingo a la tarde no la angustia, tampoco tiene problema si hay que ir con el novio a la cancha. Siempre que te puede hacer un favor te lo hace, y a los otros también. Por ejemplo, si son las 4 de la mañana y el marido o novio quiere algo, ella baja a comprarlo soltando sus simpáticas motivaciones para ser tan gamba: “Yo voy, no hay drama. De paso me fumo un pucho, que me gusta fumar afuera”. Como amiga, también es solícita y afable. Capaz de cubrirnos en trampas, prestarnos plata, irnos a buscar si nos quedamos con el auto en Villa Bosch, ella siempre está firme al pie del cañón. Sin embargo, hace agua en algunos temas, como toda anti conchuda. En una reunión de mujeres, puede escupir frases poco efectivas en nuestro género como: “No se enrosquen”, “Relájense un poco”, “No sean histéricas”, “Los tipos son como son”, “Yo toco y me voy” y “Lo del síndrome pre-menstrual es chamuyo”. Ahí, la anti conchuda nos empieza a dar miedito o bronca, no podemos precisar bien la sensación. Peor aún será si nos encontramos mano a mano con ella, en plan confesión de amigas. Nos observará como un perrito, con la trompa de costado y los ojos vacuos, para darnos una palmada y tirar alguna insoportable oración simplona que refuerce nuestra condición de neuróticas sin remedio: "hay cosas peores Mariana".

La "bluff"


Dentro de un grupo que englobaría a todas las variedades de mujeres Bluff posibles, figura la que busca el ascenso social. Ella es capaz de formatearse para dejar atrás su pasado de escuela pública, su familia de clase trabajadora y cualquier otro factor molesto y vergonzante. El día en que se puso de novia con el entonces rugbier del CASI (Club Atlético San Isidro) no todo fue color de rosa. Ella sabía que se casaría con él, pero para eso debía tomar medidas drásticas y súper secretas. Debía hacer una suerte de conjuro o vuelta de tuerca onda “La vengadora”, aquella serie de los 80´s que la mantuvo en vilo frente al televisor cuando era chica. Tal vez intuía que en algún momento de su futura juventud iba a atravesar una vuelta a nacer, aunque sin cocodrilos, salvo los de Lacoste. Entonces, luego de conocer a su rubicundo y despreocupado futuro marido, regresó a la soledad de su departamento de la calle Díaz Vélez y buscó la caja forrada con contact beige que tanto ocultaba, hasta de sí misma. La llevó al lavadero y se sentó en el piso. Entraba un chiflete loco por las rendijas del cerramiento de policarbonato. Después de mirarla con nostalgia un rato, el frío la convenció de seguir adelante con su plan. Fue sacando una a una las imágenes que su nuevo amor jamás vería. Comenzaron a desfigurarse, en un fuego improvisado en la pileta, la torta, el vaporoso vestido rosa y el bronceado de Tita y Juan Carlos, sus orgullosos padres, que se erguían recortados sobre las paredes de yeso del club Almagro. Toda su fiesta de quince, el recuerdo de ella y del esfuerzo económico que su familia hizo, se desvaneció rápidamente entre las llamas.
Veinte años después, un fin de semana junto a su marido y sus suegros en el Golf o en la chacra de José Ignacio, surge alguna evocación de la infancia. Todos empiezan con los viajes a Disney, los domingos de misa en la Misericordia y la rigidez de las monjas del colegio Mallinckrodt. Erguida sobre su falsa dignidad, la Bluff social sonríe y festeja los comentarios, piloteando un pánico escénico. Su rostro se asemeja a la expresión incierta de un yanqui entre porteños que oye hablar de lo divertido que era ir al Ital Park los domingos.

La mística


Cuando uno la ve, piensa que de haber nacido hace más de mil años o tal vez en el Tibet, o en la India o en Damasco, o, al menos, en el desierto mejicano, le hubiese ido mucho mejor. Pero la mística cayó en este presente falto de espiritualidad y en este mundo cada vez más secular. Siempre descontextuada es, sin embargo, encantadora, excepto en las ocasiones en que su misticismo se torna pura y dura superchería. Porque, para ella, la caída de una hoja de un árbol en otoño es un signo con mayúsculas. ¡Y cuánto sustento tiene para explicarlo! Fue budista, leyó a Castaneda, siguió a Sai Baba más que Silvia Pérez, hizo zazen pero dejó porque la postura era demasiado jodida, frecuentó centros filosóficos de todo tipo y casi, casi, cae en una secta. De igual modo dilapidó sus ahorros en viajes iniciáticos, fue al Ganges y hasta quiso ir a la Meca pero se perdió en el camino. También padeció el rechazo cuando quiso hacerse judía como Madonna. Pero, de todo eso se nutrió, porque además de mística y romántica, es una conchuda positiva. Entonces, cuando habla, su discurso se tiñe de aforismos deliciosos y de citas milenarias pensadas por gente de otro tiempo en el que el mundo andaba a paso lento, sin el vértigo tan poco contemplativo del presente. Se toma en serio su inclinación hacia lo trascendente, lo elevado, lo metafísico. Medita a diario. Hace de cada actividad orgánica un ritual que celebra con ánimo naturalista. Encuentra el encanto en el vuelo de un pájaro y siente en carne viva la tristeza de ver flotar una botella de plástico en el mar. Tiene algo de Mafalda y bastante de Nacha Guevara, sin su faceta kirchenrista. Vibra con la música de una cítara y respira como si estuviera ante un baño de vapor y hierbas. Hasta acá, todo perfecto: una loca linda para las mentes obtusas, un ser de luz para los que son como ella. Pero todo se oscurece cuando la mística bebe el veneno del amor de un tipo que no le pasa bola…ahí, agarrate. Porque es entonces cuando se asemeja al común de las mortales conchudas y no trepida en descender velozmente a los bajos fondos de la brujería, las visitas al puesto de Tarot del Parque Lezama y a ingerir compulsivamente unos gualichos norteños que afortunadamente nunca han dado resultado(ni malo, ni bueno). Su presunta sapiencia mística le impide ver que el tipo simplemente no la quiere y encuentra razones ocultas en todo lo que esté a su alcance para negar la triste realidad. Persevera en la interpretación de signos de amor ante coincidencias que se dan por segundo, como una canción que escuchó una vez con él y hoy suena en la radio del colectivo: “Es el destino” sentencia, sin notar que se trata del último hit de Arjona. Poco a poco, se irá hundiendo en un mar de datos que combinan a Ludovica Ezquirru con sabios de oriente y el hermano país brazuca, hasta desconectarse de lo que llamamos realidad. Pero, como su buena intención es más fuerte que cualquier rechazo, podrá, tarde o temprano, dar con el hombre adecuado. Recién allí, canalizará su inclinación a lo espiritual de forma más productiva. Una conchuda mística y romántica bien acompañada y abocada a una sola doctrina espiritual que la aleje de la superstición, no es capaz de salvar al mundo pero sí a sí misma, aunque más no sea, de la locura.

La delivery


Los tacos siempre la acompañan. Está vestida con las medias caladas, la falda lápiz y la camisa con cuello de volados que la tranquilizan. El look se asemeja al de vestido escotado de raso marrón que se había puesto ayer o a la blusa de mangas japonesas y el pantalón cigarette que usó el día anterior. A través de las telas, se trasluce un cuerpo fibroso y trabajado que contrasta con la deliberada femeneidad de las prendas elegidas. El pelo, muy enrulado y armado, se ve firme y saludable; la piel, algo tensa por las inyecciones de bótox del mes pasado. Tiene 42 años, pero parece menos. Son las 7 de la mañana y la Delivery atesora una única imagen en su mente: la cara del hombre que no la llama. Pulsa el botón del ascensor de su edificio, da los buenos días a los vecinos y compra el pack diario de chicles y cigarrillos. Para el taxi -jamás usa el transporte público- y sube a su oficina. Enciende la computadora. Luego sigue mucho teléfono, café, mate y la porción de tarta del mediodía. Suena el celular: un sms. No es él. Su pensamiento único se refuerza en la mente. Está pegado a su memoria. La Delivery siente que su hombre va a mandar algo, al menos un mail. No pretende que la llame, porque en su fantasía, él muere por ella pero se contiene. Muere tanto que la llamaría, para cortar al oír su voz. Casi lo puede ver marcando su número, pero arrepintiéndose en la mitad. Porque el es tímido, conflictuado, y también recio. Por eso son las dos de la tarde y aún no hubo noticias. Va al banco, contesta mal, y antes de entrar de nuevo a la oficina, se va a comprar ropa interior, un conjuntito bien de putita, uno de red con flúo. Pasa la tarde, llegan las seis, las siete, las ocho y media, ya terminó de trabajar y está en Florida, sola. No aguanta más. Lo llama. Él atiende, con voz lánguida o aburrida, no se sabe bien.
- ¿Santiago?
- ¿Caro?..., Ah, qué haces..
- ¡Ay, hola-hola, llamando al hombre misterio! ¿Se puede saber qué hacés un viernes a esta hora, ahí en tu casa, aburridísimo?
- Nada…
- Tengo una idea: ¿Nos vemos?
- Ehhh...
-¡ Dale!!
- Es que..
- Paso por Sushiclub y llevo dos bandejas. Y, si querés de postre hacemos un Volta..mmm que rico, (lasciva) se me hace agua la boca.
-No sé, Caro ……es que tengo una comida..
- (Firme, pero no agresiva) Suspendela.
-No puedo, es con los chicos
- Llevame.
- ¿Cómo? Nooo, es toda de hombres.
- Santiago estoy entrando a Sushiclub, ¿sashimi?.
- Ehh, acá está todo desordenado y yo, te digo, me tengo que ir
- .(Lasciva, otra vez) ..Es un toque, te quiero ver..
-.....
- Estoy por pagar casi..
- Bueno, está bien...
Hace el pedido, pide permiso para ir al baño del restaurante, se lava axilas y entrepierna, se perfuma y, con las bandejas en la mano, sube a un taxi con el que cruza media ciudad. Llega. Él abre la puerta en boxers y ella pasa con confianza. Entra a la cocina y le critica el desorden, le pregunta qué hizo con las especias que le regaló y dónde hay platos limpios. Ante la falta de respuesta de él, se pone a lavar. Cuando termina va al baño y, al pasar, lo ve tirado en la cama frente a la TV. Algo molesta, se pone el conjuntito red flúo. Entra en la habitación con paso silencioso, caminando lentamente como una novia dirigiéndose al altar. Cogen mal y rápido pero ella disfruta sólo con verlo. Luego, él se duerme y ella sigue mirándolo. Finalmente suena el teléfono y él atiende. Debe salir. Se van juntos del edificio, pero a lugares distintos. En la esquina se despiden, él sube al taxi y trata de abrir la puerta con mucha dificultad ya que ella está abrazándolo y besándolo con vehemencia. En el futuro, la escena se repite. Cada tanto ella le reclama que sean novios, y cada vez hay más especias y restos de sushi en la casa de él. Pero al tipo nadie del entorno de ella lo conoce, ni ella conoce a la hija que tiene él y nunca fueron a ningún lado juntos, ni siquiera al kiosco. Sin embargo, la Delivery disfruta de su causa y padece su efecto. En la piel de una geisha todopoderosa, lucha y se desangra por la fe que la empecina.