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jueves, 24 de junio de 2010

La conchuda voy o vengo


Fuma un cigarrillo, lo apaga por la mitad. Para un taxi y, al verlo acerarse, lanza manotazos al aire con el índice extendido, al grito irrisorio de “No, No. No”. Se pasa una hora probándose ropa en un local y abandona la compra en el momento en que la cajera pasa la tarjeta de crédito por la maquinita. Inventa una excusa y sale del negocio. Nunca regresa. No hay mesa de bar que le venga bien, que si la ventana, que si la cercanía con la cocina, que si hay niños alrededor, que aquel gordo me mira con impudicia... Anda embagallada por el bar con la taza de café en la mano, los diarios bajo el brazo y el paso apurado pero muy vacilante a la vez. Va cambiando de mesa, puede llegar a hacerlo hasta 4 veces por tarde.
Si se trata de bodegones o restó, testea la ventilación de restaurantes y se indigna si a pesar de sus previsiones el pelo le queda con olor a fritanga. Ese día ya se lavó la cabeza como todos y lavársela una vez más le presenta un desafío difícil de ganar. Pero, por otro lado, también piensa que deberia hacerse un baño de crema… pero lavarse dos veces la cabeza, no sabe, no, piensa que simplemente no da. Y así, es capaz de cavilar durante medio día.
Si va en su auto, que izquierda o derecha, que por Lavalle o por Perón. Cuando tiene que comprar un regalo para alguna conchuda cumpleañera, recorre las mismas vidrieras decenas de veces, yendo y viniendo por Palermo Viejo, para terminar comprando de apuro una remera lisa en un híper mercado. En el verano nunca sabe bien si playa o sierra, si Uruguay o Brasil, si una quinta en el Gran Buenos Aires, o si dejarse de joder y ahorrar un poco. Con los hombres mantiene una relación tan inestable como el inquietante devenir de su vida. Un día muere por ellos, al siguiente no los soporta y más tarde los pasa a extrañar incluso aunque estén sentados a su lado. Su problema con la toma de decisiones es tan extremo que estuvo 22 meses frecuentando inmobiliarias antes de alquilar su monoambiente de Parque Patricios, un lugar al que desprecia y que asegura haber elegido por "precipitación". Es que, de tanto ir y venir, la conchuda voy o vengo termina pifiándola irremediablemente, presa de sus dudas. Ya lo dijo Dorothy Parker: “Hay cuatro cosas sin las cuales yo hubiera vivido mejor: algunos amores, los chismes, las pecas y las malditas dudas”.

viernes, 18 de junio de 2010

La negadora

No se engancha con las discusiones, los problemas ni las limitaciones. O, mejor dicho, no los registra. Va para adelante como esos tristes caballos de los mateos. Y así, siempre concentrada en el camino, queda ciega ante casi todo lo que ocurre a su alrededor y –lo más alarmante- ante lo que anida en su propio interior. Los sucesivos abandonos de los tipos, las infidelidades, las adicciones propias y ajenas, la falta de dinero, el paso del tiempo, la disfuncionalidad de su familia paterna… nada de eso resuena en su cabeza. Son cosas que simplemente no existen. También soslaya sus limitaciones intelectuales y físicas siempre que puede y, si no, las justifica. Es de las que, al momento de hacer una autocrítica, se despacha con un dudoso mea culpa: “¿Mi peor defecto? Ser muy perfeccionista”. Cuando sube de peso, no corre a lo de Ravena. Por el contrario, actúa como si no hubiese pasado nada y saca a relucir sus nuevas redondeces a través de escotes, tajos y transparencias. Cuando la echan del trabajo, inmediatamente espeta “todo pasa por algo, necesitaba un año sabático”. Cuando un tipo la deja, la Conchuda negadora, dice y siente que fue “de la noche a la mañana”, aunque hace meses él durmiera en el sofá. Tampoco se da cuenta de su propia falta de voluntad. Hace 25 años que fuma pero asevera confiadísima: “Lo dejo cuando quiero”. Con las amistades, más de lo mismo. Cree tener estrechos vínculos con ex compañeras de la secundaria que a gatas recuerdan su rostro. Intenta permanentemente comunicarse con ellas a través de mails y llamados que nunca son respondidos, pero jamás se le ocurre pensar que no tienen interés en su persona y por eso no le contestan. Tampoco se hace cargo del contexto social en el que vive. Si es económicamente solvente, no tiene la capacidad de ver los bolsillos flacos de los otros. O los tratará de tacaños, o los arrastrará con tentadoras invitaciones a vivir a su ritmo. Si, por el contrario, anda con poco efectivo, gastará a cuenta y pedirá prestado. Solicitará dinero a amigos con desconcertantes excusas (“tengo cheques por cobrar”; “excedí el límite de la tarjeta” o “estoy con las cuotas de la depilación definitiva”) cualquier cosa para no ver su dura realidad económica. La negación de cualquier cosa fea o dolorosa es, en síntesis, la condición fundamental de su vida. Como una alquimista de las emociones, ella ha logrado transformar en carne y hueso esas popularísimas y resignadas palabras: “Ojos que no ven, corazón que no siente”.

viernes, 11 de junio de 2010

Diccionario musical conchudo



Bowie: Lo que una conchuda hubiese deseado ser, de ser hombre.

Frito Páez: Espantoso espécimen masculino lleno de tics que ama rizarse el pelo.

Hittoten Hossen: Canción de calidad dudosa y lírica de aristas nazis, considerada unánimemente por la crítica como un hit.

Mccartney: Hombre soso e incluso garca que, sin embargo, posee algún talento que hace que caigamos a sus pies.

Manú Cago: Usa chabo y morral, pero vive en Palermo Soja.

Phsicodarkdelia: Ritmo volado y deprimente que algunas conchudas tararean al son del secador de pelo.

Punk con queso: Comida clásica de domingo a las tres de la tarde, cuando un fin de semana de bolike nos dejó sin provisiones.

Querido: Ese disco que volvemos a escuchar aunque ya sea demasiado. Lo hemos tenido en vinilo, casette, CD y Mp4.

Ramonero: Chabón al que, de entrada, le damos bola por lindo, y huimos al caer en que sólo nos invita a tomar cerveza, nunca se cambia la remera negra y está preparando tres materias que debe del secundario.

Sesentero: Individuo que jura que el rock murió con “El lado oscuro de la luna” el 17 de marzo de 1973.

Siouxsie & the happys: Mujer que recibe con muy buena voluntad a casi cualquier caballero que la invite a algo.



The Style Council: Dícese de cualquier banda de la que no es posible recordar ni una melodía por su futilidad y falta de onda.

ZZ No: Antro céntrico que ya no existe pero que abundó en los 90´s. Suena, más que nada, heavy metal. Las bebidas que se expenden en la barra están rebajadas y vienen en vaso de plástico.


lunes, 7 de junio de 2010

La conchuda retrospectiva

Es una persona que no piensa como Spinetta. Piensa: ” Ayer fue mejor”. Una actitud enajenada del presente que la hace caer en excentricidades. Es capaz de pasar horas, calculadora en mano, haciendo cuentas para comparar cuánta guita se gastaba en el uno a uno y cuánta se gasta ahora, en vivir. Es de tirar frases como “Si hubiera hecho tal cosa, hoy sería, tal otra” o “Antes se comía mejor carne” y “Ya no hay respeto por nada”. Y llega a la cumbre de su compulsión de mirar hacia atrás con un rasgo excluyente: es él único tipo de conchuda capaz de enamorarse retrospectivamente. Un día va en su autito a visitar a alguien y se pierde hasta llegar a un lugar o a un barrio al que no iba hace mucho tiempo. En barrio en el que había conocido a Juan. Ambos tenían entonces 15 años. Aunque en los últimos 19 no se acordó de él, el barrio, con sus casitas bajas, las araucarias de la plaza, algún pendejo en bicicleta, un panadero que vuela, la transportan a aquella tarde romántica en que se dieron un beso. La conchuda retrospectiva frena su autito provocando otras frenadas en la calle, y se da cuenta: nunca pudo hacer pareja con nadie porque sigue enamorada de Juan. Tiene que ser así. El pasado debe explicar los problemas del presente. Esa noche, al llegar a su casa, inicia una búsqueda frenética a través de agendas viejas, Facebook y cualquier otra red social de Internet. Llega a hablar con padres de viejos amigos en común y a leer la guía, como se hacía a principios de los noventas. Tres días después, logra ubicarlo, chatean. Los dos están solteros y quedan para ir a comer. En el colmo de la retrospección, la conchuda se hace un jopo, se hace las uñas nacaradas y agrega bandana y aros argolla. Sale para el restaurante. Una vez que está en la puerta, le cuesta creer que ese señor de traje y calva innegable que pretende ocultarse bajo una raya muy pero muy al costado, sea el mismo adolescente ardoroso con el que conoció las matinés, los patines sobre hielo, las canciones de Erasure que hoy vuelven a usarse en propagandas. La conchuda retrospectiva podría dejarse de joder un poco y vivir el aquí y ahora, pero preferirá seguir mirando atrás, anhelando lo que en realidad no fue, haciendo lo que sea para no hacerse cargo del momento.

jueves, 3 de junio de 2010

La conchuda jergera

Podríamos definirla como una suerte de Zelig del lenguaje, pues el modo de articular su discurso fue cambiando notablemente con el paso del tiempo y también puede mutar en forma instantánea, de acuerdo al interlocutor que tenga adelante. En la década del 80, cuando era una pre-adolescente que empezaba a coquetear con el mundo del rock, fue la primera de su grupo de amigas en incorporar frases y palabras como “Al palo”, “Mató mil”, “Agite” y “Mosh”. Como es versátil, en esa misma época, también era la única capaz de relacionarse fluidamente con abuelas y tías viejas a través de oxidados giros lingüísticos como “Le arrastra el ala” y “Se hizo señorita”, sin escatimar, por otra parte, refranes amigables para la tercera edad como “De tal palo tal astilla”, “En casa de herrero cuchillo de palo” y “Aunque la mona se vista de seda, mona queda”. Su etapa de drogona fue una de las más fructíferas, pues hizo uso de todos los eufemismos, neologismos y viejas piezas del lunfardo vinculadas al tema. “Bajón”, “Charruto”, “Canuto”, “Papusa”, “Mandanga”, “Cobani”, “Taquería”, “Papel”, “Sedas”, “Liyos”, “Tripa”, “Bicho” y tantos otros. Pero por suerte dejó y, a fines de los 90, se anotó en psicología. Fue entonces cuando su fraseo se pobló de vocablos propios de esta ciencia y la conchuda jerguera nos puso al tanto de nuestro “Super yo”, nuestro “Edipo no resuelto”, nuestra dificultad para “Sublimar” y los miles de “Fallidos” que cometíamos por aquel entonces. Sin embargo, al pasar a Administración de Empresas, aquellos tics verbales fueron dejados de lado para dar lugar a una nueva forma de expresión de corte materialista. Comenzó a hablar de “capitalizar” energías, esfuerzos, trabajos o novios; de “optimizar” recursos, salidas o maquillajes y de buscar “motivaciones” a la hora de ganar plata, ir al gym o comprar zapatos. También cuenta con la sorprendente habilidad de recurrir a palabras como “Re editar”, “Cierre” y “Asamblea” si interactúa con periodistas, y puede abrumar con cosas tipo “Triglicéridos”, “Hormonas en sangre” o “Corteroides”, si el que habla con ella es un médico. Conoce, asimismo, decenas de modismos regionales que acopió con esmero en sus viajes por el país. Le dirá “poto” u “ocote” al culo y “B alta “, a la B larga, si está con un cuyano, y sacará a relucir palabras en guaraní si anda por el Litoral. Cuando se habla de sexo, la lengua se le pone turbia y recurre a las más deplorables analogías para referirse al coito: “Empernar”, “Empomar”, “Destapar la cañera (o canaleta)” y varios etcéteras que se omiten en favor del buen gusto. Recientemente, ha dado un paso más en la compulsión de hacer variar su arenga y ha creado una suerte de idioma personal en el que sus amigas con onda se llaman “Tutas”, los tipos lindos son “Suaves”, las chicas osadas son “Corazón de animal print”, las adictas a Internet “Corazón de mail” y las deportistas “Corazón de joguinetta”. Aunque siempre cae bien parada debido la empatía que surge de su capacidad de asimilarse dialécticamente con quien sea, la Conchuda jerguera deja una sensación medio triste. Nos recuerda a los camaleones de Animal Planet a expensas de científicos que experimentan con ellos para que cambien de color.