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viernes, 24 de septiembre de 2010

La conchuda mayor (la madre)


Fue la artífice (voluntaria o no) de todas las neurosis que cada conchuda desarrolló a lo largo de su biografía. La persona que nunca estuvo satisfecha del todo con nuestras habilidades concretas y la que alabó sin medida las virtudes que no tenemos. “Deberías ser modelo” nos dijo muchas veces, aunque medimos 1, 60, con tacos. “No sé porque elegís siempre tipos pobres” fue otra de sus frases de cabecera. Nos obligó a anotarnos en cursos que nos resultaban aburridísimos, nos sumergió en problemas familiares de los que no teníamos parte ni causa, nos sometió a interrogatorios llenos de frases destinadas a hacernos pisar el palito. Nos montó escenas de sainete frente a nuestros amigos, revolvió nuestros placares buscando evidencias de nuestras transgresiones adolescentes, nos avergonzó delante de nuestro primer novio. A costa de todo eso, se ha hecho odiar a lo largo de nuestra primera juventud, para que luego, entrada la vida adulta, ejerzamos con ella una especie de tolerancia hartoforzada. Sin embargo, cuando caemos en cama por alguna gripe, anhelamos en secreto su tecito con limón y miel -que nadie lo hace como ella- sus tostadas medio quemadas con manteca sin esparcir y hasta aquellas cancioncitas infantiles como “La Farolera”, con las que llenó de amor nuestra infancia, como sólo una conchuda Mayor que se precie puede hacer.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

La conchuda terrenal


Los términos "intuitivo", "intangible" y "espíritu" no entran en su vocabulario habitual. Ni siquiera en sus sueños y fantasías, ya que no tiene. No tiene de verdad, aunque cueste creerlo. Algunos no saben bien desde cuándo ella ha dejado de imaginar, de fantasear, de pensar en que hay “algo” más allá de las cosas materiales. Pero todos ven como vive su día a día bajo un lema tácito que parece ser: “Sólo creo en aquello que veo y toco, nada de cosas raras, por favor”. La conchuda terrenal no hará caso de nuestras perspicacias, no se enganchará cuando le hablamos de casualidades y nos desdeñará abiertamente cuando insinuemos que somos capaces de “llamar” a alguien con el pensamiento o la mirada. Ella será sufrida y necia como un militar. Ante cualquier cosa que se ubique un centímetro más arriba del suelo, ella será siempre igual de pragmática. Esta condición de persona aferrada 100 x 100 al mundo tangible puede serle útil para sus objetivos laborales, por ejemplo, pero también la convierte en alguien prácticamente incapaz del goce sensible. En su afán por dejar de lado cualquier tipo de superchería, dogma religioso y conexión con lo trascendente, la Conchuda Terrenal ya no puede ni siquiera disfrutar de un buen disco, pues su cabeza está tan pero tan atada a la tierra que ni el vuelo mínimo que la música supone se le hace asequible. Pero quien la conoce desde hace tiempo, sabe que ella supo ser otra, supo, como toda conchuda de adolescente, hacer cuadrar en su cabecita los signos del acontecer para convencerse de un chico la quería, supo fantasear con una vida loca, loca, supo pedirle éxito a una Fuerza superior a la hora de dar un examen. Supo “creer”, con mayúsculas. Todo hasta que aquel noviecito que tanto le gustaba la dejó así, arteramente, por una de sus más íntimas amigas, y encima en el viaje de egresados. Entonces ella, conciente o inconscientemente (conciente, porque en lo Inconciente ella prácticamente tampoco cree) tomó la decisión de anestesiarse, de hacerse impermeable a cualquier influjo que no se pudiera dominar con las propias manos, con la vista o el olfato, cualquier cosa que excediera las capacidades físicas e intelectuales aprobadas por todos. Y así se fue haciendo cada vez más fría, más cerrada, más opaca, más terrenal. Porque para ella lo espiritual está peligrosamente cercano a lo emocional, ya que se trata de dos cosas que no se pueden tocar. Entonces, al carajo los sueños y las ideas de conexión con lo divino y, de yapa, al carajo con las ideas de conexión con los hombres también.

viernes, 3 de septiembre de 2010

La conchuda causa

En un principio fue la política, la militancia estudiantil, los pañuelos palestinos al cuello, y el morral. Unos años donde la pubertad se expresaba en sentadas callejeras, pegatinas en los pasillos del colegio y largas conversaciones en el bar donde se aglutinaba el Centro de Estudiantes. Pero duró poco, porque entre una cosa y otra, le pintó el cooperativismo y sus prioridades y círculos sociales cambiaron. Se metió de lleno en las organizaciones de este tipo y encontró en el hecho de participar de la toma de Brukman Hermanos una fuerte motivación. Codo a codo con las compañeras costureras, llegó a aprender el ABC de la confección textil y, a cambio, enfervorizó a las obreras con nociones de marxismo. Transcurridos algunos años, de pronto un día, llegó a la conclusión de que debía hacer algo con tanto libro y ropa que su paso por la UBA y la lucha obrera le habían dejado. Fundó entonces un Club del Trueque e inauguró una forma de resistencia al capitalismo y a la recesión. Fanatizada se la podía ver en los noticieros predicando por su causa en instando a todos a no utilizar dinero. Luego sobrevino el fervor asambleísta, y su departamento de Almagro se convirtió en centro de operaciones de la resistencia a la debacle del 2001. Por su living transitaban cincuentones rebeldes ensoberbecidos de poder, porque por fin se levantaban de un letargo ideológico. Digna representante de la sobrevalorada clase media - es misma que nutría asambleas y luego, también, las colas de la embajada de España- la conchuda causa fue una cacerolera fervorosa. Incluso le robaba a tías y abuelas estos recipientes metálicos que tantos dolores de cabeza-literales y simbólicos- trajeron a los gobernantes de entonces. Con plata acorralada, sin un ingreso fijo y con la misma necesidad de abrazar las grandes causas de siempre, estuvo un tiempo en un limbo, sin saber qué destino asumir o por cual lucha pelear. Desencajada e irreconocible. Muchos temieron incluso por su psiquis. Finalmente, encontró algo que le permitía canalizar con vehemencia todo su vacío existencial o su necesidad de expresión: La ecología a ultranza. Así es como llegó a hablar todo el tiempo de cuidar la Tierra “esa casa de todos”. Su vestuario tórnose exclusivamente vintage y reciclado por sus propias manos. No usó más plástico, sino bolsas de papel, para tirar la basura. Vive en un ph de Urquiza con su compañero artesano. Pero vive en el techo, en un espacio que le cedieron los abuelos de él y en el que ambos, con sus propias manos, construyeron un rancho de adobe. Ese hogar tiene ventanas hechas con culos de botellas lijadas en tardes de ocio productivo. Su vida transcurre en plácida relación con los pájaros del barrio-más que nada palomas- siempre dispuestas a comer los restos de las comidas a base de semillas como lino o amapola que ella prepara. Su compañero es el sostén de hogar y, según la recaudación del día, traerá en su bolsa reusable las provisiones necesarias para seguir manteniendo la felicidad de su pequeño hábitat. El momento en que el antiguo fanatismo de la conchuda causa recobra más protagonismo es cuando saca la basura. Las bolsas artesanales que ella misma manufactura con engrudo y diarios viejos no son del agrado de los vecinos, porque se rompen ni bien se las apoya en la vereda. “¿Cual es tu consciencia ecológica? –la increpa su vecina- si llenás toda la calle de mierda". “Mierda, sí, ok – responde, altiva a más no poder ella-pero orgánica”.
Ayer mismo, llevó en son de paz a la irascible vecina, un paquetito de galletitas de lino y sémola, con un informe sobre el calentamiento global impreso en hojas re usadas. De inmediato, la mujer le propuso llevar a cabo juntas un microempredimiento relacionado al marketing y la conchuda causa empezó a tener ganas de “independizarse” y a molestarse con la caca de palomas que no sale con agua sola….