
Varias marcas líderes de cerveza modificaron sus envases. Abandonaron la vieja “chapita” para insertar una civilizada tapa giratoria. Parte de la brusquedad del rito cervecero se perdió con este cambio. Pero, por otro lado, resultó una medida práctica para muchos de sus consumidores: ya no hubo que pedir prestados destapadores o improvisarlos en marcos de ventanas. Esta cosa de cerrar o abrir algo con movimientos repetitivos y giratorios no es tan bienvenida en lo que respecta a la personalidad. Digamos que, ser a rosca, es opuesto a la practicidad. La mujer a la que involucra esta denominación es una suerte de ser hiperconflictivo. Una persona que jamás cesa en sus elucubraciones sobre absolutamente todo lo que la rodea y la enrosca. Sus pensamientos se comprimen para poder dar lugar a otros. Uno a uno se acoplan en forma de espiral dentro de su inflamada psiquis. La tipa es tremendamente jodida. Nada de aquello que ve o conoce es percibido por ella con simpleza. Ni siquiera un pan, ni siquiera el aire que la circunda, incluso la sonrisa de un niño ha despertado todo tipo de conjeturas y elucubraciones sobre la crueldad infantil y el tonto optimismo humano que la oculta. Todo merece una interpretación y un análisis. Su nivel de abstracción hace que antes de responder algo se justifique. Si, por ejemplo, alguien le pregunta de qué trabaja, ella dirá que ella “no trabaja”. Pero, enseguida se interrumpirá a sí misma diciendo que sí, que en realidad tiene “trabajos”. Y que, cada uno de ellos forman parte de “una actividad”, sí, porque prefiere decir que se “dedica a algo”, a una “profesión”, ya que “trabajo de” le “hace ruido”, hay cierta “peyoratividad” en las palabras, porque, asegura, “se es poco consciente” al preguntar “de qué trabajás”, ya que se advierte como natural, “se naturaliza”, la función supuestamente productiva” que “debe tener” una persona, y se lo valora como “positivo” al hecho de “ser parte” de una organización cuya pertenencia da sentido en la cadena de producción de la cual, “uno”, “el ser humano”, y “ni qué hablar la mujer”, es un eslabón anulado como individualidad, en su “espíritu único” y ciertamente “explotado” para satisfacer la necesidad de consumo. Enroscada, y enfervorizada, dirá que la connotación de automatismo que tiene el término “trabajo”, junto a decirlo así, “solo”, mencionarlo, “ a secas” no le gusta. Pero, no es que no le guste a ella “el trabajo”, porque, “el trabajo” es también hacer algo, esforzarse. Y a ella… a ella le encanta concentrase en algo. Darle vueltas, ajustarlo, reforzarlo con una vuelta más de rosca.