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miércoles, 10 de febrero de 2010

La erotizada


La decoración de su casa se caracteriza por estar dispuesta al ras del piso. Allí funciona su campo de operaciones, que siempre es horizontal. Abundan los almohadones, las mesas ratonas, los puff, el terciopelo y los tonos de borravino. Al abrir la puerta de entrada, lo primero que se ve es una reproducción de "El beso" de Kilmt, iluminada por una dicroica. Una alfombrita como de peluche rojo sangre nos avisa que debemos sacarnos los zapatos. En la casa de la erotizada, of course my dear, se anda descalza. El ambiente tiene la atmósfera enrarecida de un albergue transitorio y sus propias leyes espacio temporales. Siempre arderá un hornito de barro con algún aceite esencial; suele preferir la fragancia "Reina de la noche". También hay testimonios de sus viajes inciáticos por el mundo que se evidencian en esculturas fálicas, mantas dispuestas voluptuosamente sobre los sillones y extraños instrumentos musicales. Ella siempre se presenta ante la gente con sus movimientos felinos y su voz ronca. Nunca está apurada y es exacerbadamente afectiva en cualquier circunstancia. Es de dar besos y abrazos perdurables e inquietantes a cualquiera y por cualquier razón. Con su propio cuerpo mantiene una relación de contacto casi permanente: se acaricia las pantorrillas, se revuelve el pelo, se frota los muslos. Ama los masajes en cualquier momento y lugar y no usa jamás corpiño. Se divierte en el piso con los niños ajenos, adoptando posturas que remiten más al Kamasutra que a las coreografías de Hi Five. Vive su sexualidad sin frenos. “El sexo es salud”, pregona, y sus altas defensas lo demuestran: jamás se enferma, jamás se queja, jamás se deprime. Sus únicos problemas son relativos a cuestiones económicas, profesionales o familiares, comunes a todos los seres humanos. Su líbido es su más alto y preciado valor a custodiar y a alimentar. Nunca entenderá porqué existen mujeres a las que les duele la cabeza, tienen sueño, o requieren de una seducción especial para desenfrenarse en la cama. Su conocimiento sexual es muy precoz. Durante toda su infancia expandió sin miedos su sensorialidad y exploró genitales propios y de otros niños y niñas, concienzudamente. No importó cuánto su madre y abuela le dijeron que parecía una perra alzada tocándose todo el día, ella, desde muy chica, evitó ningunear el cuerpo y sus placeres, guiada firmemente por una personalidad tempranamente arraigada en lo erótico y sensual. No pretende hacer escuela con su actitud, es sólo algo que aflora en ella y que logró hacer fluir con naturalidad. Hace cosas que no le permitiríamos jamás a otra amiga, como cambiarse de ropa delante de nuestro marido o saludar con un piquito a su sobrino de trece años. Es tan sincera en su actitud que se le perdona todo, incluso su descontextuado amor por la lambada. El día que la acompañamos a un antro en el que esa danza persiste, con tan sólo verla moverse como pez en el agua entre los cuerpos de ébano nos bajó el entusiasmo de una piña: y es que erotizada no se hace, se nace. Gracias que siempre sirven feixoada y caiporshka.

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