En un principio fue la política, la militancia estudiantil, los pañuelos palestinos al cuello, y el morral. Unos años donde la pubertad se expresaba en sentadas callejeras, pegatinas en los pasillos del colegio y largas conversaciones en el bar donde se aglutinaba el Centro de Estudiantes. Pero duró poco, porque entre una cosa y otra, le pintó el cooperativismo y sus prioridades y círculos sociales cambiaron. Se metió de lleno en las organizaciones de este tipo y encontró en el hecho de participar de la toma de Brukman Hermanos una fuerte motivación. Codo a codo con las compañeras costureras, llegó a aprender el ABC de la confección textil y, a cambio, enfervorizó a las obreras con nociones de marxismo. Transcurridos algunos años, de pronto un día, llegó a la conclusión de que debía hacer algo con tanto libro y ropa que su paso por la UBA y la lucha obrera le habían dejado. Fundó entonces un Club del Trueque e inauguró una forma de resistencia al capitalismo y a la recesión. Fanatizada se la podía ver en los noticieros predicando por su causa en instando a todos a no utilizar dinero. Luego sobrevino el fervor asambleísta, y su departamento de Almagro se convirtió en centro de operaciones de la resistencia a la debacle del 2001. Por su living transitaban cincuentones rebeldes ensoberbecidos de poder, porque por fin se levantaban de un letargo ideológico. Digna representante de la sobrevalorada clase media - es misma que nutría asambleas y luego, también, las colas de la embajada de España- la conchuda causa fue una cacerolera fervorosa. Incluso le robaba a tías y abuelas estos recipientes metálicos que tantos dolores de cabeza-literales y simbólicos- trajeron a los gobernantes de entonces. Con plata acorralada, sin un ingreso fijo y con la misma necesidad de abrazar las grandes causas de siempre, estuvo un tiempo en un limbo, sin saber qué destino asumir o por cual lucha pelear. Desencajada e irreconocible. Muchos temieron incluso por su psiquis. Finalmente, encontró algo que le permitía canalizar con vehemencia todo su vacío existencial o su necesidad de expresión: La ecología a ultranza. Así es como llegó a hablar todo el tiempo de cuidar la Tierra “esa casa de todos”. Su vestuario tórnose exclusivamente vintage y reciclado por sus propias manos. No usó más plástico, sino bolsas de papel, para tirar la basura. Vive en un ph de Urquiza con su compañero artesano. Pero vive en el techo, en un espacio que le cedieron los abuelos de él y en el que ambos, con sus propias manos, construyeron un rancho de adobe. Ese hogar tiene ventanas hechas con culos de botellas lijadas en tardes de ocio productivo. Su vida transcurre en plácida relación con los pájaros del barrio-más que nada palomas- siempre dispuestas a comer los restos de las comidas a base de semillas como lino o amapola que ella prepara. Su compañero es el sostén de hogar y, según la recaudación del día, traerá en su bolsa reusable las provisiones necesarias para seguir manteniendo la felicidad de su pequeño hábitat. El momento en que el antiguo fanatismo de la conchuda causa recobra más protagonismo es cuando saca la basura. Las bolsas artesanales que ella misma manufactura con engrudo y diarios viejos no son del agrado de los vecinos, porque se rompen ni bien se las apoya en la vereda. “¿Cual es tu consciencia ecológica? –la increpa su vecina- si llenás toda la calle de mierda". “Mierda, sí, ok – responde, altiva a más no poder ella-pero orgánica”.
Ayer mismo, llevó en son de paz a la irascible vecina, un paquetito de galletitas de lino y sémola, con un informe sobre el calentamiento global impreso en hojas re usadas. De inmediato, la mujer le propuso llevar a cabo juntas un microempredimiento relacionado al marketing y la conchuda causa empezó a tener ganas de “independizarse” y a molestarse con la caca de palomas que no sale con agua sola….
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2 comentarios:
Genial!
de acuerdo con Nora, Genialisim!!!
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