Los tacos siempre la acompañan. Está vestida con las medias caladas, la falda lápiz y la camisa con cuello de volados que la tranquilizan. El look se asemeja al de vestido escotado de raso marrón que se había puesto ayer o a la blusa de mangas japonesas y el pantalón cigarette que usó el día anterior. A través de las telas, se trasluce un cuerpo fibroso y trabajado que contrasta con la deliberada femeneidad de las prendas elegidas. El pelo, muy enrulado y armado, se ve firme y saludable; la piel, algo tensa por las inyecciones de bótox del mes pasado. Tiene 42 años, pero parece menos. Son las 7 de la mañana y la Delivery atesora una única imagen en su mente: la cara del hombre que no la llama. Pulsa el botón del ascensor de su edificio, da los buenos días a los vecinos y compra el pack diario de chicles y cigarrillos. Para el taxi -jamás usa el transporte público- y sube a su oficina. Enciende la computadora. Luego sigue mucho teléfono, café, mate y la porción de tarta del mediodía. Suena el celular: un sms. No es él. Su pensamiento único se refuerza en la mente. Está pegado a su memoria. La Delivery siente que su hombre va a mandar algo, al menos un mail. No pretende que la llame, porque en su fantasía, él muere por ella pero se contiene. Muere tanto que la llamaría, para cortar al oír su voz. Casi lo puede ver marcando su número, pero arrepintiéndose en la mitad. Porque el es tímido, conflictuado, y también recio. Por eso son las dos de la tarde y aún no hubo noticias. Va al banco, contesta mal, y antes de entrar de nuevo a la oficina, se va a comprar ropa interior, un conjuntito bien de putita, uno de red con flúo. Pasa la tarde, llegan las seis, las siete, las ocho y media, ya terminó de trabajar y está en Florida, sola. No aguanta más. Lo llama. Él atiende, con voz lánguida o aburrida, no se sabe bien.
- ¿Santiago?
- ¿Caro?..., Ah, qué haces..
- ¡Ay, hola-hola, llamando al hombre misterio! ¿Se puede saber qué hacés un viernes a esta hora, ahí en tu casa, aburridísimo?
- Nada…
- Tengo una idea: ¿Nos vemos?
- Ehhh...
-¡ Dale!!
- Es que..
- Paso por Sushiclub y llevo dos bandejas. Y, si querés de postre hacemos un Volta..mmm que rico, (lasciva) se me hace agua la boca.
-No sé, Caro ……es que tengo una comida..
- (Firme, pero no agresiva) Suspendela.
-No puedo, es con los chicos
- Llevame.
- ¿Cómo? Nooo, es toda de hombres.
- Santiago estoy entrando a Sushiclub, ¿sashimi?.
- Ehh, acá está todo desordenado y yo, te digo, me tengo que ir
- .(Lasciva, otra vez) ..Es un toque, te quiero ver..
-.....
- Estoy por pagar casi..
- Bueno, está bien...
Hace el pedido, pide permiso para ir al baño del restaurante, se lava axilas y entrepierna, se perfuma y, con las bandejas en la mano, sube a un taxi con el que cruza media ciudad. Llega. Él abre la puerta en boxers y ella pasa con confianza. Entra a la cocina y le critica el desorden, le pregunta qué hizo con las especias que le regaló y dónde hay platos limpios. Ante la falta de respuesta de él, se pone a lavar. Cuando termina va al baño y, al pasar, lo ve tirado en la cama frente a la TV. Algo molesta, se pone el conjuntito red flúo. Entra en la habitación con paso silencioso, caminando lentamente como una novia dirigiéndose al altar. Cogen mal y rápido pero ella disfruta sólo con verlo. Luego, él se duerme y ella sigue mirándolo. Finalmente suena el teléfono y él atiende. Debe salir. Se van juntos del edificio, pero a lugares distintos. En la esquina se despiden, él sube al taxi y trata de abrir la puerta con mucha dificultad ya que ella está abrazándolo y besándolo con vehemencia. En el futuro, la escena se repite. Cada tanto ella le reclama que sean novios, y cada vez hay más especias y restos de sushi en la casa de él. Pero al tipo nadie del entorno de ella lo conoce, ni ella conoce a la hija que tiene él y nunca fueron a ningún lado juntos, ni siquiera al kiosco. Sin embargo, la Delivery disfruta de su causa y padece su efecto. En la piel de una geisha todopoderosa, lucha y se desangra por la fe que la empecina.