Uno no la puede imaginar vestida con ropa de día y sin luces estroboscópicas parpadeando a su alrededor. En los 20 años que la conocemos, casi no hubo un fin de semana en el que haya dejado de ir a bailar. Fue la primera en arrastrarnos a una rave cuando se hacían furtivamente en el Planetario, y no en estadios y auspiciadas por una marca de celular. De su mano conocimos Paladium, Freedom, Bajo Tierra, Le Cuan, Mahada Onda, Bunker, Bulldog, El Cielo, Caix, Pachá, The Hole y BA. La lista podría continuar hasta llenar toda la página. Siguiendo su figura siempre delineada por materiales como el cuero, el lamé y el vinílico, corríamos del Dorado al Morocco y del Morocco al Dorado otra vez, para conseguir tragos y hacer migas con RRPPs y barmans de toda laya. Ya a los 13 años su perfil estaba consolidado, pues nos instaba a recorrer la avenida Rivadavia a la altura de Flores, en busca de tarjeteros que nos llenaban las cándidas manos de púber con free pass de matiné. Pero, lo que para nosotras concluyó apenas nos establecimos con alguno, para ella sigue siendo cosa de todos los días. Es que tiene un don para el asunto: antes de que Las Cañitas fuera un polo gastronómico y nocturno, vociferaba: “Qué desaprovechado está este barrio, me cansé de salir sólo por el centro o por la Costanera”. La misma visión a futuro que tuvo con Palermo. A principio de los 90 solía repetir: “No puede ser que sólo haya joda en la placita Serrano”. Es muy claro, la Bola de espejos se mueve como pez en el agua tras la caída del sol. Hasta aquí una chica disco más. Pero, hubo un momento de inflexión en la bola, una etapa en la que el amor entró a su vida y casi, casi lo cambia todo. Una etapa de replanteos. Días en los que no sabía bien quién era y hacia dónde iba. Días locos en los que transcurría el tiempo deseando una vida llena de idas al parque, asados los domingos a mediodía y ropa deportiva en tonos claros. Días en los que conoció a Martín, el yerno que toda suegra desea tener. Fue una mañana, en el almacén de la esquina. Ella entró a comprar Uvasal y él salía con una cajita de Cindor y un paquete de Manón. Era un buen mozo que emanaba una radiación que ella captó de inmediato. Por contraste, al mismo tiempo percibió su propia opacidad, representada gráficamente en el catsuit negro que llevaba puesto a tono con las ojeras. Él le dedicó una sonrisa y le soltó un “buen día” lleno de amorosa vitalidad. Ella quiso contestar, pero sólo alcanzó a carraspear perrunamente. No se sabe bien por qué, pero el caso es que Martín la invitó a salir y empezaron un noviazgo y, al comienzo, la cosa prometía. Sin embargo, fue en vano acostarse a las 23 30, fue en vano estudiar para asistente dental, fue en vano salir a correr por Palermo. Ella sufría por seguir el ritmo de Martín, no lograba hallar el encanto de una vida a horario. Todo colapsó en un casamiento al que habían ido juntos. Martín se había recostado a dormitar en una silla -serían las 4 de la madrugada- y ella empezó a sentir un fulgor interno que estalló cuando escuchó los primeros compases del Carnaval Carioca. No pudo contenerse, había estado haciéndolo durante los seis meses que duró esa relación. Con una botella de champagne en la mano, fiel a sí misma y más exultante que nunca, salpicó a todos los setentones de la fiesta desde arriba de una bafle. Al verla, Martín hizo una mueca rara, como de resignación o confirmación de la más triste sospecha, y así fue que el saludable galán se retiró de la fiesta sin que nadie se diera cuenta., peor que una transa de boliche mal llevada. Nunca se volvieron a ver.
Actualmente, la Bola de espejos organiza shows alternativos que le dan de comer y le sirven de excusa para hacer pasar trabajo y diversión como una misma cosa. Cada miércoles a las siete de la tarde, inicia una gira que se extenderá hasta el domingo. Si de casualidad se nos da por salir una noche, será posible cruzarla en la melancólica madrugada porteña, buscando un taxi que retorne su figura flaca, fané y descangayada, al merecido descanso que sólo puede darle su camita de una plaza.
Actualmente, la Bola de espejos organiza shows alternativos que le dan de comer y le sirven de excusa para hacer pasar trabajo y diversión como una misma cosa. Cada miércoles a las siete de la tarde, inicia una gira que se extenderá hasta el domingo. Si de casualidad se nos da por salir una noche, será posible cruzarla en la melancólica madrugada porteña, buscando un taxi que retorne su figura flaca, fané y descangayada, al merecido descanso que sólo puede darle su camita de una plaza.
2 comentarios:
Sí, la bolichera que no para, la que vive de noche, que especimen. Creo que, pasados algunos años ya no logran vivir de día, y sienten que siempre les falta algo cuando le dicen que el laburo de de 9 a 18o advierten que el café no se pueden beber de a litros diariamente. Que es mejor dormir.
que bueno este blog, yo soy la retro mal!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
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