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sábado, 16 de enero de 2010

La mística


Cuando uno la ve, piensa que de haber nacido hace más de mil años o tal vez en el Tibet, o en la India o en Damasco, o, al menos, en el desierto mejicano, le hubiese ido mucho mejor. Pero la mística cayó en este presente falto de espiritualidad y en este mundo cada vez más secular. Siempre descontextuada es, sin embargo, encantadora, excepto en las ocasiones en que su misticismo se torna pura y dura superchería. Porque, para ella, la caída de una hoja de un árbol en otoño es un signo con mayúsculas. ¡Y cuánto sustento tiene para explicarlo! Fue budista, leyó a Castaneda, siguió a Sai Baba más que Silvia Pérez, hizo zazen pero dejó porque la postura era demasiado jodida, frecuentó centros filosóficos de todo tipo y casi, casi, cae en una secta. De igual modo dilapidó sus ahorros en viajes iniciáticos, fue al Ganges y hasta quiso ir a la Meca pero se perdió en el camino. También padeció el rechazo cuando quiso hacerse judía como Madonna. Pero, de todo eso se nutrió, porque además de mística y romántica, es una conchuda positiva. Entonces, cuando habla, su discurso se tiñe de aforismos deliciosos y de citas milenarias pensadas por gente de otro tiempo en el que el mundo andaba a paso lento, sin el vértigo tan poco contemplativo del presente. Se toma en serio su inclinación hacia lo trascendente, lo elevado, lo metafísico. Medita a diario. Hace de cada actividad orgánica un ritual que celebra con ánimo naturalista. Encuentra el encanto en el vuelo de un pájaro y siente en carne viva la tristeza de ver flotar una botella de plástico en el mar. Tiene algo de Mafalda y bastante de Nacha Guevara, sin su faceta kirchenrista. Vibra con la música de una cítara y respira como si estuviera ante un baño de vapor y hierbas. Hasta acá, todo perfecto: una loca linda para las mentes obtusas, un ser de luz para los que son como ella. Pero todo se oscurece cuando la mística bebe el veneno del amor de un tipo que no le pasa bola…ahí, agarrate. Porque es entonces cuando se asemeja al común de las mortales conchudas y no trepida en descender velozmente a los bajos fondos de la brujería, las visitas al puesto de Tarot del Parque Lezama y a ingerir compulsivamente unos gualichos norteños que afortunadamente nunca han dado resultado(ni malo, ni bueno). Su presunta sapiencia mística le impide ver que el tipo simplemente no la quiere y encuentra razones ocultas en todo lo que esté a su alcance para negar la triste realidad. Persevera en la interpretación de signos de amor ante coincidencias que se dan por segundo, como una canción que escuchó una vez con él y hoy suena en la radio del colectivo: “Es el destino” sentencia, sin notar que se trata del último hit de Arjona. Poco a poco, se irá hundiendo en un mar de datos que combinan a Ludovica Ezquirru con sabios de oriente y el hermano país brazuca, hasta desconectarse de lo que llamamos realidad. Pero, como su buena intención es más fuerte que cualquier rechazo, podrá, tarde o temprano, dar con el hombre adecuado. Recién allí, canalizará su inclinación a lo espiritual de forma más productiva. Una conchuda mística y romántica bien acompañada y abocada a una sola doctrina espiritual que la aleje de la superstición, no es capaz de salvar al mundo pero sí a sí misma, aunque más no sea, de la locura.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

esa chica quedó condenada para la eternidad cuando leyo a Castaneda.
es un viaje de ida... al infierno.
S.

jorge schussheim dijo...

A estas Pedrito Orgambide las llamaba "las intensas".

N y A dijo...

¿Cómo es eso de "intensas"? Decinos Jorge, qué decía el gran Pedro Orgambide por favooor...