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lunes, 18 de enero de 2010

La que se viste para las demás


Es de las mujeres que de verdad gastan en ropa. Porque entre nosotras sabemos que un buen look se puede caretear, se puede fingir si una le pone onda. Las ferias americanas, además ¡Qué gran recurso! Han cambiado la vida de muchas avispadas que supieron darse cuenta de que allí, en ese tugurio roñoso que no importa que esté en Palermo, en San Telmo o en el Once, pueden dar con la camperita salvadora, la prenda estrella de un guaradarropas sostenido a fuerza de ingenio y resignación. En cambio, la mujer que se viste para las demás, no ve ningún atractivo en el hecho de ponerse un batón con botas de lluvia y salir a la calle con cara de “mi aspecto dice mucho sobre mí”. Ella está convencida que semejante combinación resulta nada más que un grito desesperado de alguien que se rehúsa a asumir que no le da el presupuesto para comprar nuevo. No cree que haya chance de desarrollar ningún principio estético si no se pone plata. Ella está para seguir a diseñadores, fijarse en las marcas, eludir outlets y ferias, limitarse al “choppinggg” y a los desfiles, donde se la puede ver paseando su culo algo gordo y su cara de pequinés altanero. Ella, cuando sale con alguno, se viste más o menos, si se la compara en reunión de amigas. Le pone algo de garra a la ropa interior que, según piensa, es lo único que miran con algo de interés los tipos. “Date cuenta que ellos no saben si tenés pestañas largas o cortas. Si hasta podés cambiarte la tintura sin que se hagan cargo” y “Ni la depilación les importa”, son algunas de las sentencias que repite hasta el hartazgo, (hasta acá no habíamos señalado que carece de temas de conversación). Cuando salimos con ella, nos sentimos invariablemente disminuidas. Bizqueamos para calarle a fondo las prendas y calculamos que se tiró encima la plata que usamos para comer un mes. Así no vale. Además, no trepida en humillarnos con el relato pormenorizado de las veleidades de usar seda en vez de ese raso trucho del que está hecha la camisa que tenemos puesta. Las pieles, no le dan culpa. Los tacos, no le afectan el andar, ni la ponen en riesgo de caída jamás. Que le roben, ni lo tiene en cuenta. Con vender el brazalete que se pone algunas veces, pagamos dos meses de alquiler. Es una mujer simple, muy simple, que goza como un chico al ponerse un disfraz de súper héroe cada vez que se va encontrar con otras mujeres que se la van a comer con los ojos. Lo único que da un poco de motivación para aguantarla es que su presencia trae la misma mezcla extraña de desahogo y adrenalina que tiene mirar vidrieras.

1 comentario:

Carla dijo...

Excelente !!! un minucioso estudio de la compleja anatomía psíquica de la mujer argentina. Quien de nosotras no se encuentra identificada en la piel de alguna de ellas, o por ser complejas, somos un mix de todas?.