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domingo, 17 de enero de 2010

La remadora


Su presunta o verdadera falta de atractivo físico resultó compensada por una fuerza poco usual, puesta al servicio de la conquista de objetivos amorosos que otra en su lugar no se atrevería a soñar. Gracias a esta capacidad, suele salir con tipos que, desde afuera, pueden ser catalogados como muy por encima de su nivel. “¿Cómo lo logra?” suelen preguntarse sus amigas, perplejas, cada vez que aparece con el tipo nuevo, sin darse cuenta de que la clave radica en una combineta estudiadísima de tenacidad, versatilidad y observación microscópica de su objeto de deseo. Si la remadora le echa al ojo a un hombre de perfil intelectual, hace gala inmediata de sus lecturas (que nunca son pocas porque ella siempre supo que un barniz cultural contrapesaría su supuesta fealdad) y cita autores que conoce bien y a otros que buscó en el Google, todo muy mechadito para que el artificio surta el efecto buscado sin que se note. Si, en cambio, se ha interesado por un roquer veiteañero y drogón, no vacila en traer a cuento su extenso anecdotario con sustancias en recitales que supo frecuentar en los 90s. Esta primera fase de la seducción no le cuesta mucho, porque siempre ha sabido adaptarse a su interlocutor tirando la frase o la temática justa. También es buena adulando, cómo no. Pero no es ser chupamedias lo que la consagra como remadora, si no el empeño en saber discernir cuándo hay que ser obsecuente y cuándo hay que bajar el pulgar. Porque parte del ejercicio de la remadora es persuadir al otro de ciertas falencias que tiene y que lo llevarán a necesitarla. También es capaz de aprender y ejercer conductas que le repelen o desconoce para lograr su objetivo. Así es que sabrá cocinar, maquillarse, e incluso usar tacos altos o portaligas, casi instantáneamente. Cualquier esfuerzo es poco a la hora de seducir. La remadora es buena hablando, es graciosa y, lo más importante, nunca se cansa. Es capaz de probar una cantidad exorbitante de estrategias dialécticas antes de bajar los brazos frente un hombre. Llega incluso a tolerar con elegancia los desaires que escandalizarían a otras y, en la mayor parte de los casos, logrará lo que se propuso. Es notable, pero una conquista puede implicarle meses e incluso años y sin embargo no tendrá importancia el tiempo que le ocupe, incluso la estimulará en cierta medida a lograr su meta. La remadora ha aprendido a esperar para dar sus zarpazos. Movimientos que siempre son muchos y persistentes, jamás uno solo y aniquilador. Ella navegará en las aguas que haga falta navegar, enfrentará las tormentas y vaivenes emocionales que el hombre que le gusta le fabrique. Y hará todo, con cierto estoico aplomo maternal. Actitud que terminará tornándola con un cierto atractivo ante el otro y quitará de ella cualquier sombra de patetismo. Sin embargo, y como decía Tu Sam: "esto puede fallar” y habrá veces en las que la remadora encontrará un límite. Un freno puesto por un otro que no se dejará envolver por su multiplicidad de recursos. Será entonces -justo cuando otra mina se desanimaría y lamentaría haber gastado tanta cantidad de pólvora en chimangos- el momento en el cual la remadora dará aún más lustre y oropeles a su nombre. Así, sacando fuerzas de andá saber dónde, retomará su vida aferradísima a sus remos, con un cartel en la frente de "acá no paso nada", pronta a encarar el próximo desafío. Un desafío que -ella lo sabe bien- la espera en cada vuelta de esquina.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

estas tipas que se esfuerzan por un candidato...no sé, si admirarlas profundamente o despreciarlas. a mi me da una pajaaaaaaaaa tremendaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa

N y A dijo...

le ponen garra viejo, eso eso.

Jorgelina dijo...

Me hace recordar de una amiga periodista que por todos los medios y a pesar de cierta falta de higiene personal consiguió horizontalizarse con un colega al cual perseguía tenazmente siendo después paupérrimamente tratada por el mismo, pero cierta cuota de objetivo la logró, verdad.